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El papel de la moral en la producción comunista por Gyorgy Lukács

Publicado originariamente en húngaro en Szocialis Termelés 1/11

El fin último del comunismo es la construcción de una sociedad en la que la libertad de la moral ocupe el lugar del carácter coactivo del derecho en la regulación de toda actividad**.** Es una condición ineludible para una sociedad tal, como todo marxista sabe, el cese de la división en clases. Pues, como nosotros también reflexionamos sobre si es posible o no que la naturaleza humana admita, en general, una sociedad fundada en la moral (según nuestro parecer, bajo esta forma la pregunta está mal planteada), aun en el caso de que la respuesta sea afirmativa, el poder de Ja moral no puede hacerse efectivo en tanto en la sociedad existan clases. En la sociedad, solo una regulación es posible: la presencia de dos reglas contradictorias entre sí, o de una regla que simplemente se desvía de la otra, significaría únicamente la absoluta anarquía. Pero, cuando una sociedad se divide en varias clases; dicho de otro modo: cuando los intereses de los grupos humanos que conforman la sociedad no son idénticos, es inevitable que esa regulación de la actividad humana contradiga los intereses de aquella parte que es, seguramente, Ja determinante, sino incluso los de la mayoría de los hombres. Estos, sin embargo, no pueden ser inducidos, sino solo forzados a actuar voluntariamente en contra de sus propios intereses, ya sea esta coacción de naturaleza física o intelectual. Así, pues, en tanto existan diversas clases, es inevitable que la función de regular la actividad social sea asumida por el derecho, y no por la moral.

Sin embargo, esa función del derecho no se agotó en obligar a las clases oprimidas a realizar una actividad en beneficio de los opresores. Los intereses clasistas de las clases dominantes deben cobrar validez incluso ante los ojos de la clase dominante. Esta segunda fuente para la necesidad del derecho, la contradicción entre los intereses individuales y los intereses de clase, no es, por cierto, solo una consecuencia exclusiva de la división de la sociedad en clases. Es verdad, sin duda, que esta contradicción nunca fue tan aguda como bajo el capitalismo.

Las condiciones de existencia de la sociedad capitalista —la anarquía productiva, la ininterrumpida revolución en la producción, la producción basada en el beneficio económico, etc.— han excluido de antemano la posibilidad de que los intereses individuales y clasistas se unan armónicamente dentro de una clase. Así como, de un modo obvio, se superponían siempre el interés individual y el de la clase cuando los capitalistas se enfrentaban con otras clases (ya sea con los oprimidos o con otros opresores; por ejemplo, con las clases feudales agrarias o con los capitalistas de otros países), cuando, pues, la clase tiene que tomar posición a favor de la posibilidad y la orientación generales de la opresión, también ha sido constantemente imposible unir ambos intereses en cuanto la puesta en práctica de la opresión se volvió concreta.

Cuando se plantearon las siguientes preguntas: ¿quién ha de ser el opresor?, ¿a quién ha de oprimir?, ¿a cuántos?, ¿hasta qué punto? En las clases capitalistas, solo puede existir una solidaridad de clase hacia afuera, pero no hacia adentro. Por eso, la fuerza del derecho nunca habría podido ser reemplazada por la moral en el interior de esa clase.

La situación de clase del proletariado, tanto en la sociedad capitalista como después de la victoria proletaria, es precisamente la contraria. El interés del proletario individual, si se lo concibe adecuadamente, no puede cobrar validez en su posibilidad abstracta, sino solo en la realidad misma, a través de la victoria de los intereses de clase. Aquella solidaridad, que ha sido propagada por los más grandes pensadores de la burguesía como un ideal social inalcanzable, se encuentra vivamente presente, como realidad, en la conciencia de clase, en los intereses de clase del proletariado. La vocación histórica universal del proletariado se manifiesta en que la realización de sus intereses de clase conlleva la salvación social de la humanidad.

Esa salvación, sin embargo, no puede ser solo el resultado de un proceso meramente automático, acorde con las leyes naturales. En la esencia de la dictadura del proletariado, que ha de dominar a las clases, se encuentra, sin duda, el triunfo de la idea por sobre las voluntades egoístas de los hombres individuales; es posible que el proletariado quiera también, en lo inmediato, solo una hegemonía de clase. Pero la realización consecuente de esa hegemonía aniquila la diferencia entre las clases; produce la sociedad sin clases.

Pues la hegemonía de clase proletaria, si es que quiere cobrar auténtica validez, puede liquidar económica y socialmente las diferencias entre las clases solo forzando —en última instancia— a todos los hombres a participar en aquella democracia del proletariado que es solo una forma interna en que se manifiesta la dictadura del proletariado en el marco de esta clase. La realización consecuente de la dictadura del proletariado solo puede concluir en que la democracia del proletariado asimile dentro de sí a la dictadura y la torne superflua. Una vez que ya no existen clases, la dictadura ya no puede ser ejercida en contra de nadie.

Con ello, cesa de existir el Estado, la principal causa del ejercicio de la compulsión jurídica; aquella causa cuya abolición tenía en mente Engels cuando decía que "el Estado [...] se extingue". La pregunta es, sin embargo: ¿cómo tiene lugar esta evolución dentro de la clase proletaria?

Aquí surge el problema de la función socialmente efectiva de la moral; una pregunta tal desempeñó, sin duda, un papel importante en las ideologías de la vieja sociedad, pero nunca ha contribuido esencialmente a la propia constitución de la realidad social. No podía hacerlo porque los presupuestos sociales de la constitución de la moral de clase y de su valor dentro de una clase —es decir, la igual orientación de los intereses individuales y de clase— solo están presentes en el proletariado.

La solidaridad, la supeditación de los intereses personales a los colectivos, solo en el caso del proletariado coincide con el interés individual adecuadamente concebido. Aquí, pues, está dada la posibilidad social de que todos los individuos pertenecientes al proletariado se subordinen a los intereses de su clase sin perjuicio de sus intereses personales. Una tal actitud libre de coacción era imposible en la burguesía. Allí, una regulación solo podía ser impuesta a través del derecho.

La burguesía solo podía conocer la moral —en el caso de que esta verdaderamente reglara la actividad— como un principio que conduce más allá de la división en clases y de la existencia de una clase, como una moral individual. Semejante moral presupone, sin embargo, un nivel de desarrollo de la cultura humana que solo en una época muy posterior puede convertirse en un factor universal, eficaz para la sociedad en su conjunto.

Los abismos entre la acción basada en intereses meramente egoístas y aquella que se funda en la moral pura son salvados por la moral de Clase. Esta conducirá a la humanidad a una época nueva en lo anímico; la conducirá, como dice Engels, al "reino de la libertad' •. 3 Esa evolución -repito- no puede ser el resultado de las leyes puramente automáticas por las que se rigen fuerzas sociales ciegas, sino tan solo una consecuencia de la libre decisión de la clase obrera.

Pues, desde la victoria del proletariado, la coerción solo es necesaria dentro de la clase obrera cuando los individuos son incapaces, o no están preparados, para actuar de acuerdo con sus intereses. Si la coerción —la organización de la violencia física e intelectual— en la sociedad capitalista también prevaleció dentro de la clase dominante, esa coerción era necesaria porque los individuos que conformaban una clase habían sido conducidos, a través de las ilimitadas demandas de sus intereses individuales (avidez de ganancia), a la disolución de la sociedad capitalista.

En cambio, cada proletario individual fortalecerá la sociedad a través de su interés individual, siempre que lo pondere de forma correcta. Solo es preciso comprender correctamente estos intereses; es necesario alcanzar aquel nivel moral que permita subordinar bajo el propio interés las inclinaciones, las emociones y los estados de ánimo.

Ese punto en el cual confluyen el interés individual y el de clase es, pues, el incremento en la producción, el aumento en la productividad laboral y, con ello, la disciplina de los trabajadores. Sin estos factores, el proletariado no puede existir; sin ellos, la hegemonía de clase del proletariado se desvanece; sin ellos, también el individuo (al margen de las consecuencias irremediables que puede tener, para todos los proletarios, un desplazamiento de clase semejante) no puede desarrollarse plenamente, ni siquiera como individuo.